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Domingo, 24 de noviembre 2024, 23:10
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El que era el último contrabandista vivo de Villanueva del Fresno Luciano Méndez Blanco ha fallecido a los 90 años. Familiares y amigos le están velando en el tanatorio de la localidad, recibirá cristiana sepultura tras la misa funeral que dará comienzo a las 17.00h del 25 de noviembre en la Parroquia de la Purísima Concepción.
Como último contrabandista vivo Méndez, concedió una entrevista a este Diario en la que contó parte de su vida y que como homenaje reproducimos en formato reportaje.
Luciano Méndez Blanco, nació en 1934 en el seno de una familia trabajadora con cinco hijos, dedicada principalmente a las labores del campo a base de jornales.
La necesidad y el hambre impulsaron a este hombre, y a otros muchos de la localidad, a aventurarse con el contrabando de café entre España y Portugal. Para llevar a cabo esta tarea caminaba toda la noche a través de los oscuros campos, con el miedo a ser detenido o disparado por cualquiera de las autoridades de ambos países.
Se casó con 27 años, cuando tenía casi 30, un día se presentó en su casa un municipal con la orden de que tenía que ir a la escuela, como de día trabajaba tenía que ir de noche.
Las personas que fueron obligadas a estudiar estuvieron dando clase primero con Alfonso Fernández, después fueron a las Escuelas del Pilar del Conde (hoy CEIP F.R. Perera) y más tarde asistieron a las Escuelas del Mercado de Abastos con una maestra.
Les enseñaban a firmar y varias cosas más, aprendieron lo más preciso. Porque en aquellos tiempos, contaba Méndez, «se empezaba a trabajar desde muy chico y en la edad de ir a la escuela ya estabas en el campo, entonces no era como ahora». Aún no tenía los 10 años cuando empezó a guardar guarros y a hacer de todo un poco.
En aquel entonces cobraba una peseta «y eso no era nada porque un pan costaba cinco pesetas, así que ibas pasando muchas necesidades» refería.
Tiempos de hambre
Méndez relató haber pasado hambre, «toda la que quise y más». Aunque de la guerra no recordaba nada, de la posguerra sí. Tuvo una infancia llena de necesidades «porque no había nada, se trabajaba mucho, y te daban 'cuatro gordas' no se ganaba ni para comer».
A pesar de todo ello contaba haber tenido mucha suerte de muchacho, porque se acomodó con una familia que le daba por trabajar con ellos en el campo una peseta y de comer. Así se pasaba cuatro y cinco meses sin ir al pueblo.
Guardaba cabras, cochinos, vacas y demás ganado desde por la mañana hasta por la tarde. «Allí comía muy bien y la cantidad que quería». Recuerda que el pueblo entonces era «mucho más chico, con muchas menos viviendas que ahora, mi mujer lavaba en el corral porque no teníamos agua corriente, había que acarrearla a horcajadas en el cuadril desde el Pilar, casi siempre andando, luego ya por último en burro».
Cuadrillas de contrabando
Ha sido el último contrabandista vivo de Villanueva del Fresno, de una cuadrilla de unos 15 jóvenes o más a los que había que sumar a los mayores, «de los que también hubo muchos».
En su entrevista recordaba, con emoción, cómo el primer día que iba a salir en su primer viaje tuvo familia su mujer y no pudo irse. Pasados cinco o seis días tras el parto, cuando su mujer estuvo restablecida empezó a ir, tenía 28 años.
Traía café, durante mucho tiempo siempre compraba el café para venderlo aquí, pero no llevaba nada. En los últimos años en los que los portugueses también tenían mucha necesidad llevaba tocino para cambiarlo por el café.
Iban en grupos, salían de noche en cuanto empezaba a oscurecer atravesando cercados hasta llegar a La Granja, «allí nos comíamos un bocadillo que llevábamos para cenar una mijina». Compraban el café, lo cargaban y salían para atrás otra vez.
Méndez, detallaba la dureza de esta tarea: «Echábamos la noche entera porque salíamos al oscurecer y a lo mejor llegábamos allí a las once de la noche, mientras cenábamos, y echábamos las cuentas de las cargas que nos íbamos a traer, a lo mejor salíamos de allí a las doce y media de la noche o cerca de la una y llegábamos aquí a las cinco de la madrugada reventados de andar. Al llegar descansaba un poco porque por el día había que trabajar».
Caminaban por el campo en completa oscuridad gracias a su perfecto conocimiento de los caminos, los cuales atravesaban escondiéndose por todos los barrancos, por medio de los Civiles y los Guardiñas.
Alguna vez hizo el viaje sólo, aunque siempre procuraban ir una cuadrilla de cuatro o cinco. «Porque había tres cuadrillas que cada una iba, por un lado. Yo me junté con uno que vivía cerca de mí y nos íbamos con dos o tres más» señalaba.
Merecía la pena el esfuerzo y el riesgo porque se sacaba dinero, «en aquel entonces se ganaba para comer bien porque comprábamos el café Camello a diez duros y aquí lo vendíamos a doce o trece o incluso catorce duros dependiendo de la situación que hubiera« añadía.
Los viajes semanales dependían de la rapidez con la que vendieran las mujeres el café, había semanas de dos viajes y otras de uno solo. Había veces que según llegaba al pueblo tenía que salir de nuevo para atrás. Otras veces le quitaban la carga y se quedaba sin dinero para comprar. Entonces la casa se quedaba sin dinero porque todo era para la nueva carga.
En su primer viaje trajo poco, normalmente las cargas eran de diez kilos, aunque también traía de 30, su récord fue de 47 kilos.
La carga se echaba en la espalda, el café venia envuelto en plásticos y para que no reluciera de noche con la luna y lo vieran los Civiles o los Guardiñas, forraba la carga con un saco y con unas cuerdas se hacía una mochila.
Estuvo 14 años dedicado al contrabando, lo dejo porque tenía senara, algo de ganado y sus hijos ya eran grandecitos, el mayor ya araba con las mulas. De hecho, lo dejó todo el mundo a la vez porque subió mucho el café y ya no merecía la pena.
Para poder comprar la primera carga de café estuvo trabajando en una máquina trillaora y la familia con la que trabajó le pagó con una comida, una caldereta de oveja y chivo. Desollando la oveja un compañero con la máquina le dio un corte en un dedo y le llevaron al médico y le dieron de baja. Estando de baja pidió en el Sindicato un préstamo que uso para ir a por la primera carga.
Antes de empezar él en esto, ya había gente más mayor yendo desde hacía mucho tiempo, al jubilarse ellos empezaron los jóvenes.
Confesaba llevar miedo cada vez que salía. «Una vez íbamos un grupo de cinco o seis y estábamos cruzando la rivera, que esa noche llevaba mucha agua, y estaban los Guardiñas al otro lado y comenzaron a dispararnos. Le dieron a un compañero, el tiro le entró por la espalda y le salió por el bolsillo de la camisa. Algunos tiraron las cargas, otras se salvaron, y los demás salieron corriendo. Yo me quedé a socorrer al compañero que estaba llorando y lo traje a España. A él se lo llevaron al hospital en Badajoz y a mí me encarceló la Guardia Civil en la cárcel del Ayuntamiento durante dos semanas. Al final intercedió el alcalde Emilio Fernández y evitó que me llevaran a la cárcel de Olivenza, soltándome ese día».
A pesar de ello siguió yendo, por necesidad. Iba todo el año, cuando pasaba el rio tenía que caminar mojado y pasaba muchísimo frio, con unas zapatillas de tela y suela fina de goma con las que podía correr mejor pero que les dejaban los pies congelados.
Las autoridades registraban la casa en busca de la carga, tenía que hacer escondites. Por 20 kilos te podían condenar a ocho meses de cárcel.
Luciano Méndez concedió esta entrevista porque quería que los jóvenes supiesen cómo era la vida tan dura que les tocó pasar a él y a los de su generación. Y finalizó puntualizando «que, si se hubiera vuelto a ver con la necesidad que tenía en aquel momento, hubiera vuelto a hacerlo. Porque gracias a eso en mi casa había para comer».
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